Exterminio

Autor: José Eduardo Gonzálezjedugonz@unsj.edu.ar

La decisión estaba tomada y sólo debía ejecutarla. Libraría a la ciudad de esa dinastía de chacales, que la había dominado desde su fundación.

Comenzó por el patriarca, ahogándolo en su bañadera de grifos de oro. «Muerte por causas naturales», dijo en su informe la policía, controlada por el clan, lo mismo que la prensa lugareña, que no se ahorró hipocresías al detallar la vida del muerto.

Siguió con su hijo mayor, mujeriego y amante de la velocidad, uno de cuyos autos preparó para que participara en su última carrera. «Desgraciado accidente», dijeron las crónicas periodísticas, que abundaron en elogios para el difunto.

Para el otro hijo, tan crápula como su padre y hermano, eligió un proyectil de escopeta, el cual dio en el medio de su frente mientras cazaba especies en extinción. «Una bala perdida», informaron los peritos al referirse a la causa de su muerte.

Restaba el nieto, joven frío y reflexivo para algunos; temperamental y de reacciones imprevisibles para otros. Su eliminación cortaría toda posibilidad de perpetuación de la vil especie. En este caso decidió que una pistola 45 era lo más adecuado, así que, tras cargarla, colocó el caño en su sien y apretó el gatillo.

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