Autora: CbV
Cuando el inspector entró en la sala lo único que quedaba de Madame Parmentie eran las varillas que sustentaban su escandaloso corsé. Sobre la mesa de laca china reposaba un ejemplar de Fahrenheit, un vaso corto con las miserias de un licor maltés, y su inseparable pitillera de piel.
Intentaba evadirse del fatigoso calor mientras recorría la estancia una y otra vez, buscando en su memoria de pez la clave que permitiera resolver el homicidio de la escandalosa mujer, de todos conocida por sus excesos y su falta de fé.
Fue entonces cuando la botella de whisky rodó misteriosamente hasta sus pies. Y vislumbró que no había crimen a resolver.
Corría por las venas de Bárbara Parmentie tal flujo de pasión y alcohol que al prender un cigarrillo provocó su autocombustión.
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